El Diario Montañés, 13 de enero de 2013
Últimamente
estamos asistiendo a un avance irrefrenable del fraude y el engaño. Cada día
nos topamos con una noticia que supera en gravedad a la anterior. Y, quizá por
comodidad, para explicarnos la abundancia de tales hechos recurrimos a la manida
expresión de que se deben a la «picaresca española».
Una
de las acepciones que mejor define al pícaro la proporciona la Real Academia
Española: «Persona de baja condición, astuta, ingeniosa y de mal vivir». Por
tanto, conviene tener muy en cuenta que nuestro pícaro nacional, el que dejó
una escuela literaria tras de sí, era un ser marginado, generalmente de bajo
estrato social, que robaba para subsistir.
No
es este el caso de Urdangarín y su trama del Instituto Nóos; ni el del
madrileño de apellido cántabro, Güemes, exconsejero de Sanidad de la capital
del reino, que fichó por una empresa que se beneficiará ahora de las privatizaciones
que él mismo aprobó desde su anterior puesto de responsabilidad; ni el del
restaurador torrelaveguense, Óscar Cordero, que se marchó en octubre a México y
dejó hundido su negocio y abandonados a sus trabajadores; ni el del recaudador
de impuestos del Ayuntamiento de Santander, condenado a dos años de cárcel por
fraude en el pago del IVA; ni el de Francisco Pernía, que gastó, y no justificó,
durante sus años de mandato en el Racing, casi cinco millones de euros...
De
todas las noticias de esta semana, sólo una cumple con el perfil del pícaro: la
de ese «carterista internacional» de 78 años –para el pícaro la jubilación es
una quimera– y el de su compañera de 39, que han estado «trabajando» en
Santander para intentar sobrevivir a base de pequeñas estafas. Además, y esta
es otra condición del fullero, había sido detenido ya anteriormente en cuarenta
y tres ocasiones.
Los
otros no son pícaros, son [............].
*Rellene el lector lo que considere
oportuno en el espacio libre, y así haremos interactivo este artículo.
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