El Diario Montañés, 17 de febrero de 2013
Buena
la están haciendo algunos de nuestros políticos. No se les ocurre mejor idea
que publicar a los cuatro vientos el estado de su patrimonio personal, y van a acabar
obligando al resto a entrar en competencia para ver quién tiene el coche más
antiguo, el piso más pequeño o la cuenta bancaria más exigua. Que es lo que se
lleva ahora. Lo de tener muy poco. O lo de no tener nada, vamos. Si es que
parece que últimamente se han emperrado con eso de la transparencia:
transparencia en las cuentas personales, transparencia en los ayuntamientos,
transparencia hasta en la programación del FIS... Abras los periódicos por
donde los abras, siempre te encuentras con esa palabra que triunfa en tiempos
de cuentas opacas.
«Hablan
de transparencia, pero tintan los cristales de los coches oficiales», leía
recientemente en una viñeta de humor gráfico digna de ‘El Roto’. Muy mala leche
es ésa. Que algunos también van en taxi o en metro y vuelan en vuelos baratos.
Pero, ya se sabe, el pueblo es como es, tiene esas manías, y en cuanto surge
algún rumor de políticos descarriados, dan pábulo al morbo y extienden la parte
al todo. Por eso, precisamente, para no dar pábulo al morbo –qué expresión tan
sonora–, se anuncia a bombo y platillo que unos cuantos más van a publicar
cuáles son sus bienes. Y desde que me he enterado estoy en un sinvivir
esperando con expectación los resultados.
Las
transparencias que se han prohibido son las de la ropa en la ceremonia de
entrega de los premios Grammy, y nos hemos quedado a dos velas, sin poder apreciar
los sutiles senos y las tersas espaldas de las artistas. Una pena, porque esas
transparencias –aunque decirlo sea políticamente incorrecto– también me
gustaban mucho. Transparencias llamativas y exuberantes. No como las políticas,
que seguro que vendrán con tonos pálidos y sin estridencias. Porque tampoco es
cuestión de mostrar todo el fondo de armario.
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