El Diario Montañés, 17 de marzo de 2013
Hace
casi cuatrocientos años que el filósofo inglés Francis Bacon escribió la famosa
sentencia de que «a la Naturaleza sólo se la vence obedeciéndola». Si actuamos
contra ella, suele ser vengativa o, en el mejor de los casos, burlarse de
nosotros, como hace año tras año cuando nos roba los arenales de La Magdalena.
Ya en 1980, en el servicio militar, escuché en la Comandancia de Marina de
Santander que sólo la construcción de un dique podía evitar la pérdida futura
de esa playa. En 2007, Raúl Medina, catedrático y director del Grupo de
Ingeniería Oceanográfica y de Costas de la Universidad de Cantabria, ahondaba
en esa idea y pronosticaba que «si no se realiza ninguna actuación, si dejamos
que la Naturaleza siga su curso, en cinco o diez años la playa de Bikini
quedará muy reducida, desaparecerán las de Polo y La Magdalena y, en cambio, la
de Los Peligros será más grande». Ese mismo año el Ayuntamiento de Santander y la
Demarcación de Costas prometieron preguntar a los ciudadanos «a través de
canales como internet» cuál de las tres soluciones posibles preferían: dejar
que la Naturaleza actuara y la zona recuperase la fisonomía que tenía a finales
del siglo xix, realizar rellenos
anuales o acometer la construcción de diques para estabilizar el sistema.
No
tengo constancia de que tal consulta se llevara a cabo, pero desde entonces
cada temporada acudimos puntuales a la cita de rellenar la playa con una arena
que irremediablemente cambiará de lugar en el próximo invierno. Es nuestro
particular juego –del que nos sabemos perdedores de antemano– para salvar un
espacio turístico que no concebimos de otra manera. Y, si bien ignoramos las
sabias palabras de Bacon, nos consuela pensar que ocupándonos del mar daremos
trabajo a unas cuantas personas, y que desocupados y jubilados encontrarán un motivo
de distracción. Que ya estaban echando de menos obras en la ciudad a las que
poder asomarse, sin incómodas vallas, para pasar el rato.
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