El Diario Montañés, 28 de abril de 2013
El
mundo de la cultura, en general, y el del libro, en particular, están sumidos
en unos nubarrones que no dejan ver luces de esperanza en el horizonte. La
crisis se está llevando por delante negocios que creíamos seguros, y aunque en
nuestra ciudad un número sorprendente de emprendedores entusiastas –cargados de
romanticismo– están impulsando nuevos espacios de acogida para el libro –ámbitos
culturales con pretensiones más amplias que las de las librerías al uso–, lo
cierto es que el negocio editorial languidece a pasos agigantados.
No
sólo está seriamente amenazado por el apoyo casi nulo que ofrecen las
administraciones –en el currículo educativo desaparecen las materias
humanísticas, la inversión en libros es testimonial y las bibliotecas se
marchitan por falta de títulos nuevos–, sino porque los hábitos lectores están
cayendo en picado, por más que las estadísticas oficiales sigan presentando
cifras optimistas. Tengo dicho en diversos foros culturales que estamos
asistiendo a una época nueva –que no tiene por qué ser peor– en la que la
lectura, por razones muy largas de explicar aquí, se considera actividad prescindible,
sea cual sea el continente en que se ofrezca.
Este
mes los libreros y los editores cántabros atisbábamos una luz de esperanza con
la participación conjunta en la Feria del Libro de Santander, pero otra
borrasca, ésta meteorológica, amenaza con una bajada de las temperaturas y con
buenas dosis de lluvia. Para remate, cuando le hemos preguntado a Íñigo de la
Serna si la administración inteligente del agua en la ciudad podía ponerle
freno a la lluvia, nos ha dicho que esa gestión sólo puede llevarse a cabo con
la que circula encauzada por la red, que sobre la otra no tiene aún
competencias. En fin, que estamos cruzando los dedos para que las previsiones
se equivoquen y la feria represente una buena ocasión para hacer algo de caja.
Que nos vendrá muy bien a todos para asomar el cuello por encima del agua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario