El Diario Montañés, 7 de abril de 2013
Hace
ya muchos años, ¡ay!, que un librero de Los Corrales de Buelna me presentó a su
grupo de amigos de la barra de un bar como «embajador plenipotenciario de
cultura», y lo hizo con un tono tan solemne que logró crear un silencio de
admiración en torno a mi persona. Debo confesar que durante un tiempo tuve la
tentación de hacerme tarjetas de visita con ese cargo: «embajador
plenipotenciario de cultura». Ahí es nada. ¿Qué consejero, ministro o
presidente, incluso, osaría no recibir al portador de tal título?
Ahora
descubro en la prensa que existe la posibilidad de obtener otro de no menor
prestancia: «probador oficial de preservativos y juguetes sexuales». ¿Pueden
imaginar siquiera cuánto vestirá tal ocupación, aunque casi siempre se ejerza
desde la más absoluta desnudez? Pues resulta que Durex busca cincuenta
candidatos. Y no pide grandes requisitos: sólo es imprescindible tener
cumplidos 18 años, pero no es necesaria formación académica superior, los
horarios laborales son flexibles y tampoco se precisa conocimiento especial de
idiomas –si acaso algo de francés, y no el griego, para no parecer muy
exigentes–. Es una pena que a mí esto me encuentre ya algo mayor para
garantizar un mínimo semanal de probaturas, aunque también me enfría el hecho
de que los elegidos no van a tener remuneración por su trabajo.
Un
empleo más serio, y remunerado, es el que necesitan encontrar de nuevo los
16.000 menores de 25 años que lo perdieron en nuestra región en 2012, aunque
sea menos grato y satisfactorio. Porque esto de los preservativos no es más que
la inteligente campaña de una empresa que busca promocionar sus productos sin
gastarse un euro en publicidad. Un globo mediático –nunca mejor dicho– tan
vacío como ese otro que promete crear en Cantabria cientos de puestos de trabajo
–muy volátiles, añado yo– a cambio de liberalizar los horarios comerciales. Una
propuesta que, preservando los intereses de los grandes, puede ahogar a los más
pequeños.
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