El Diario Montañés, 24 de abril de 2013
La
muerte inesperada de Eduardo Sanz me ha llevado esta semana a visitar de nuevo
su Museo del Faro de Cabo Mayor. Paseando por sus salas he rememorado la figura
de un artista que supo llegar a la figuración más realista –que ahora se puede
contemplar en ese magnífico espacio– tras experimentar en su primera etapa,
hasta casi el agotamiento, con materiales diversos, entre los que no faltaron
cristales rotos, aspas sobre lienzo trazadas con minio o cartas de amor
pintadas pacientemente con banderas de señales marítimas. A lo mejor,
reflexioné, es éste el camino habitual de los maestros: llegar a lo clásico,
que suele tener el aroma de lo sencillo, tras transitar por los derroteros más
arriesgados de la experimentación. El ideal del verso famoso «no la toques ya
más, que así es la rosa».
Un
camino inverso es el que parece haber recorrido el Museo de Bellas Artes de
Santander –ahora rebautizado MAS–, en cuyas salas impera la más rabiosa
modernidad –tendente al ‘totum revolutum’–, formada por singulares travesías en
las que dialogan escultura, pintura, fotografía, grabado, dibujo, vídeo, arte
sonoro o instalaciones, en mezcla arriesgada de épocas y estilos que tienen
como nexo de unión forzadas relaciones temáticas (¿está ahí la polla por
Goya?). Algo así como si en un museo de prehistoria se colocase un fusil junto
a una flecha paleolítica porque ambos son útiles para la guerra.
Una
pena que ahora que tendemos lazos de colaboración con nuestros vecinos de
Bilbao no copiemos de ellos la estructura clásica de su estupendo Museo de
Bellas Artes y dejemos para el Centro de Arte Botín la emulación futura de las
modernidades del Guggenheim. Aunque tampoco deberían ustedes darle mucho valor
a mi opinión, pues surge después de tomar una ducha de agua caliente, olvidando
los sabios consejos del ministro Cañete, el hombre que por ahorrar se ducha con
agua fría. Y ya se sabe que tanto confort suele adormecer el entendimiento.
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