El Diario Montañés, 4 de diciembre de 2013
Como todos los días son el día de
algo, el viernes 29 de noviembre fue el de las librerías. «El libro y las
librerías encierran una utopía», dijo con tal motivo nuestro paisano, el
secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, y añadió que «la vida no
es imaginable sin ellos».
Lamentablemente, de seguir así las cosas tendremos
que empezar a imaginarla con tales carencias.
Las librerías están sufriendo la
crisis con igual intensidad que el resto de los sectores culturales. Se estima
que la caída de ventas en el segundo cuatrimestre de 2013 ha sido del 16,07%
con respecto al mismo período de 2012, y del 26,6% si se compara con el del año anterior. Además, en los
últimos cinco años han cerrado en España 1.518 librerías, el 21,5% de las
censadas. La culpa es de esta crisis que nos atenaza, sí, pero no hay que
olvidar que el gobierno está haciendo muy poco en favor de la cultura, por no
decir que está dando decididos pasos para destruirla.
Debería haber escrito en este
artículo unas cuantas frases que reivindicaran al librero de cabecera y su
labor cultural, que elogiaran las librerías de fondo, que alabaran esos faros
culturales que alumbran pueblos y ciudades; palabras merecidas, sin duda, por
lo que representan en el eslabón cultural. Pero lo coherente, si se quiere
mantener «la utopía», es exigir una política cultural seria que incentive la
lectura y proteja a las librerías y a las editoriales pequeñas del avance
irrefrenable de las grandes compañías, que pretenden homogeneizar nuestros
gustos.
Mientras espero que esa
iniciativa se lleve a cabo, abro con preocupación una carta de la Dirección
General de Tráfico. Me informan de que mi vehículo tiene más de diez años. Y me
dicen que si cambio de coche puedo beneficiarme de los planes de ayuda para la
renovación de la flota: una campaña para incentivar el consumo que de verdad
interesa.
Instintivamente susurro el título
de una película de Tarantino.
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