El Diario Montañés, 15 de enero de 2014
Las cuestiones del amor son muy
complejas. Uno de los abogados de la infanta Cristina acaba de declarar que «la
fe en el matrimonio y el amor por su marido» determinan la inocencia de su
defendida en el caso Nóos. «Cuando una persona está enamorada de otra –añadió
el letrado cuasi poeta–, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento
y marea en esa persona: amor, matrimonio y desconfianza son absolutamente
incompatibles».
Según esto, poco amor le debe de
quedar al matrimonio del presidente francés Hollande, si son ciertas, como dice
una revista del corazón del país vecino, las escapadas nocturnas que hace el
mandatario para verse con una famosa actriz, que, dicho sea de paso, está de
muy buen ver. Más que por amor y confianza, parece que los cónyuges
presidenciales siguen viviendo juntos por conveniencia, como sospechan las
malas lenguas que viven los padres de la princesa enamorada.
Lo de la conveniencia me trae al
pensamiento otro amor –éste entre personas e instituciones– que también parece
interesado: el de Harry con su cargo de presidente del Racing, equipo con el
que viene manteniendo una relación contra viento y marea. Su postura ha
provocado la ira de algunos aficionados, que creen que el amor verdadero por el
club centenario es el suyo. Un amor desprendido, apasionado, ajeno a sueldos
millonarios. Un amor que los ha llevado a enfrentarse al amante con insultos,
lanzamientos de objetos y salivazos, y ha puesto a Cantabria en las portadas de
la actualidad nacional.
Mara Dierssen –afamada
neurobióloga santanderina que trabaja en Cataluña– mantiene que el amor es «una
adicción química» que anula la capacidad de criticar al amado, por lo que, «en
cierta manera, es ciego». Acaso sea cierto, pero no debemos perder de vista las
normas legales, ni ciertos valores éticos y estéticos, porque hay situaciones
en las que no sirve el consejo de Agustín de Hipona de amar y hacer lo que a
uno le venga en gana.
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