El Diario Montañés, 19 de febrero de 2014
Cuando algunos comenzaban a estar
de acuerdo con el primo de Rajoy y su teoría de que es imposible predecir lo
que sucederá dentro de trescientos años, han venido una tras otra las
anunciadas ventiscas explosivas para demostrarnos que ante la naturaleza no
somos nada. Las costas sin ley han sido arrasadas por la fuerza de la mar, que
guarda memoria de cuáles eran sus fronteras y vuelve para recuperarlas,
advirtiéndonos de que dentro de trescientos años nada de lo que ahora está ahí
seguirá estando. Y eso es seguro, porque, aunque nosotros ya no podremos
comprobarlo, la mar regresará incansable año tras año con sus golpes
insistentes de espuma destructora.
Sospecho que cuando Mariano puso
a su primo como ejemplo sólo pretendía tranquilizarnos ante los agoreros
apocalípticos que pregonan que el fin de los tiempos llegará por calentamientos
globales. Porque ésa es la labor de los políticos cuando adquieren la
responsabilidad del buen gobierno: ofrecernos la tranquilidad de su pastoreo
para que mantengamos sumisos el silencio de los corderos.
Sin embargo, los corderos en
ocasiones desconfían de los caminos por los que transita el pastor. De nada
valen las bonanzas que proclaman a los cuatro vientos cuando pregonan
recuperaciones económicas palpables y salidas inminentes de la crisis. De nada
la repetición continua de que las cosas van mejor que hace unos años. De nada
las promesas de la tenue luz que parpadea, dudosa, al final del túnel. Cuando
han tenido la voz y la palabra, unos cuantos cántabros, que estadísticamente
nos representan a todos, han dejado claro que llegan con muchos problemas a fin
de mes, que hay más parados que nunca en su entorno inseguro, y que tienen
tanto miedo a su futuro como al de la región. Nadie les preguntó si tenían
confianza en que otros pastores pudieran guiarlos mejor. Pero tenían claro que
éstos, cegados por la niebla de las consignas partidistas, no son capaces
siquiera de reconocer el abismo para así poder sortearlo.
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