El Diario Montañés, 30 de abril de 2014
Domingo. Plaza del Ayuntamiento
de Santander. A las 11 de la mañana abre la feria del libro, media hora más
tarde que otros días. Los libreros pliegan las lonas que protegen las carpas
por la noche. El encargado de sonido inserta un CD de Niña Pastori, puro cante
jondo que saluda a los más madrugadores. A las 12 aparece César Torrellas.
Viene de hacer deporte. Delgado, cual nuevo Quijote, cabalgando una bicicleta
de montaña. Se interesa por la feria. Es visitante asiduo, con americana o con ropa
deportiva. A las 12’10 se vende el primer libro en el stand del Gremio de
Editores. No tañen campañas, pero por la calle Isabel II «pasa un furgón de
policía y suena una sirena de ambulancia». La gente mira y vuelve a mirar.
Algún valiente hasta compra. Crisis económica y crisis cultural se entremezclan
en las conversaciones: «Los jóvenes ya no leen, con los ordenadores, los
teléfonos y esas cosas..., y los viejos leemos poco», dice una señora cuando
pasa frente a la mesa de los libros. «No hay para pan, y va a haber para peras»,
le contesta su compañera. «Qué bonitos son, ¿cuánto vale éste?». «Dieciocho
euros, señora». «Uff, ¡qué caro!». «Menos mal que ya estamos saliendo de la
crisis». «Por lo menos el tiempo nos respeta, porque el año pasado fue el
diluvio. Y con un frío...».
El viernes vino Joaquín Leguina
Herrán a leer el pregón. Dijo que no pasó hambre durante la guerra porque su
abuela Pilar –mi bisabuela– tenía una panadería en Villanueva de Villaescusa, y
no le faltó nunca el pan. Los más jóvenes no saben que fue el primer presidente
de la Comunidad de Madrid, y que duró tres legislaturas. Ni que ‘Los Refrescos’
le cantaban «¡Escucha, Leguina! Aquí no hay
playa».
Nuestro presidente aún no ha
pasado por la feria. «¿No te has reído ya bastante de nosotros?», le
preguntaron el otro día los trabajadores de Sniace. «A eso vengo», contestó él,
desafiante.
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