Dándole la razón a Víctor Jara,
el holandés Kuipers nos demostró en la final de la Champions que cinco minutos
pueden ser eternos. Esa mínima frontera temporal coronó al Real Madrid con la
décima y hundió al Atlético en el infierno de una prórroga perdida de antemano,
porque «en cinco minutos quedó destrozado». Es la tiranía del tiempo, tan
preciso, tan objetivo, tan medible, aunque por eso de las sensaciones a veces
transcurra rápido o lento, según te vaya en la feria. Para evitar esas ataduras
temporales, ya no se regala por Santa Rita relojes a los funcionarios
jubilados. Nuestro gobierno es muy sensible y ha considerado, contradiciendo a
la santa, que lo que se da sí se quita, porque en tiempos de penuria es lujurioso
portar cadenas en la muñeca.
De las cadenas de sus antiguos
dirigentes se liberó el Racing –un ejemplo de supervivencia en tiempos difíciles–,
y ya sin ellas ascendió a la segunda división del fútbol español. El reto no
era fácil, porque sucesivas plagas parasitarias lo habían dejado todo muy
empinado. Pero lo logró, cuando faltaban apenas tres minutos del partido
decisivo y la prórroga acechaba, a fuerza de creer en sus posibilidades y con
el oxígeno de una afición que sabe volcarse cuando se la requiere. Un ascenso a
pecho descubierto, sin escaleras mecánicas, tan en boga en Santander para superar
las rampas de nuestra «pindia» orografía. Para las bajadas, lo dice Gerardo
Diego, «todo es pendiente que al patín convida».
Otros partidos, los políticos,
han aflorado en estas elecciones porque los intereses de los votantes no
encuentran respuestas en los programas de los dos mayoritarios. Como en la liga
de fútbol, pero con más fuerza, esta rebelión de los pequeños es un serio aviso
que debe hacer pensar a los grandes en la necesidad inaplazable de cambiar su
rutina y de hacer propuestas sensatas que conecten con los ciudadanos. Porque
su tiempo se agota. Y no van a tener prórroga.
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