El Diario Montañés, 11 de junio de 2014
Vuelve a reír la primavera. Atrás
queda la noche oscura del alma. En España empieza a amanecer. Ignacio Diego, el
presidente, emulando a Diego, el poeta –«gerardísimo Gerardo»–, ha hecho un
discurso preñado de prosa poética con motivo de la concesión a Ferroatlántica
de la medalla de plata de Cantabria. Entren en la web del Gobierno. No se
pierdan el resumen: «Estamos ya en la madrugada de una noche larga y fría, y
vemos que empieza a salir ya el sol. Ese sol aún no calienta nada más salir, hay que esperar un tiempo,
pero ya aporta luz».
¡Dios mío, cuánta belleza! Si
hasta puede ser pertinente la reiterada presencia del adverbio «ya», certera
reivindicación del presente por él y su gobierno forjado. Y, además, ha dejado
atrás la imagen de la luz al final del túnel, muy devaluada de tan usada.
Villar Mir –que pese a su apellido no es un médico interno residente, sino un
empresario de primera categoría– cuando recogió la medalla no quiso ser menos y
definió a nuestra región como «un paraíso terrenal para la industria».
Sabíamos
por Antonio Machado –según Anaya «se fue a Francia con su familia y allí vivió
hasta su muerte»– que a las palabras de amor les conviene su poquito de
exageración. Pero tanta, además de empalagar, puede cabrear a más de uno.
Cuando despertamos al día
siguiente, comprobamos que el dinosaurio de la precariedad todavía estaba allí.
Ni el paraíso terrenal para la industria ni la tenue luz dudosa del sol del
amanecer habían conseguido espantarlo: Cruz Roja en Cantabria, con su programa
de Lucha Contra la Pobreza, ha atendido «ya» a 7.500 personas y la situación,
según sus responsables, sigue empeorando.
«Tiendes al pesimismo. Siempre ves
el vaso medio vacío», me dicen de vez en cuando los amigos. Acaso tengan razón,
pero los pesimistas –lo dejó escrito Saramago– somos los únicos interesados en
cambiar el mundo, porque los optimistas están encantados con lo que hay.
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