El Diario Montañés, 23 de julio de 2014
Hace poco más de un mes que el
gobierno regional declaró el juego de los bolos Bien de Interés Cultural Inmaterial de Cantabria, en palabras del
consejero Serna, «con el objetivo de protegerlo y relanzarlo para el disfrute y
mejor conocimiento de las siguientes generaciones». Por lo que hemos visto esta
semana, fue un ejercicio de buena voluntad que ha servido para bien poco –como
sembrar cotufas en el golfo–, pues un plan urbanístico, unido a un mundial de
vela para el que sólo tenemos seguro el cava, se ha llevado por delante la
bolera de San Martín de la Mar. Y no seré yo quien diga que no están bien las
plataformas aterrazadas del diseño –tan aseadas, tan modernas, tan de
vanguardia–, que van a servir de graderío
para contemplar la bahía y ver al fondo el lento amanecer tras la resaca del
botellón del día anterior. Pero me duele que borren del mapa algo tan nuestro,
que podía haber sido integrado en el conjunto por algún diseñador menos
premiado y más respetuoso.
También los diseñadores de UPyD –el
partido que formó Rosa Díez para dar cauce a su ambición de poder y eco a sus
contradicciones– presentan un proyecto que borra del mapa gran parte de
nuestros municipios regionales, hasta dejarlos en diecisiete. A Villaescusa, mi
valle, uno de los nueve que formó la Junta de los Nueve Valles en 1581, germen
en 1778 de la Provincia de Cantabria, lo han incluido en El Astillero, cuyo
mayor mérito histórico fue hurtarle el nombre a
Guarnizo, el lugar de su origen.
Y mis habituales incertidumbres
se convierten ahora en miedo. No porque, como en el caso de la bolera de San
Martín, no se hayan respetado la historia ni la tradición, sino porque si la
deuda de 720.000 euros que mantiene El Astillero con Hacienda, por
empecinamiento de Diego y Cortina, no la pagan ellos con su patrimonio,
¿tendremos que asumirla los villaescusanos, recién llegados?
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