El Diario Montañés, 1 de octubre de 2014
Siguiendo el
pensamiento del profesor y crítico George Steiner –sin conocerlo,
eso es seguro–, nuestros gobernantes mantienen la doctrina del silencio en
ciertos asuntos, convencidos de que si algo no se nombra, no existe. Utilizaron
ya la táctica con Bárcenas, que pasó de «defender los intereses de los
cántabros más que Revilla» –¡ay, qué traidoras son las hemerotecas!– a ser un
personaje innombrable. Ahora, con el respiro que le están dando a algunos las
cifras macroeconómicas, el discurso que se impone, como retahíla aznariana, es
que las cosas van razonablemente bien, pese a que unos cuantos demagogos –así
nos llaman– sigamos empeñados en mantener que la pobreza sigue su avance
irrefrenable. En nuestra defensa acaban de salir los datos del Instituto
Cántabro de Estadística sobre las condiciones de vida en Cantabria en 2013, que
reflejan una situación muy grave: el 71% de los ciudadanos tienen dificultades
para llegar a fin de mes y el 25,3% viven en riesgo de pobreza y exclusión
social. Y ambas cifras se han disparado durante esta legislatura redentora.
Pero aquí
hacemos seguidismo de la doctrina mariana como si fuera el catecismo. Rajoy, su
sumo sacerdote, ha estado en China proclamando que España «ha dado la vuelta a
la situación y está creciendo, creando empleo, exportando, invirtiendo y
haciéndolo de forma sostenida y sostenible». Menos mal que se contuvo y no dijo
que lo había logrado haciendo las cosas como Dios manda.
Para que los
demás nos creamos mejor su cuento chino, se acaba de inyectar al PIB (que
alguien le diga a Mariló Montero que son las siglas de Producto Interior Bruto)
más de 26.000 millones de euros al contabilizar como bienes y servicios el
tráfico de drogas y la prostitución, que han aportado un crecimiento de más de 0,8
puntos.
Los avispados
especialistas de la cosa económica han copiado sin rubor la filosofía de aquel
fraile que llevaba al hombro un saco y una puta, porque decía que todo valía
para el convento.
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