El Diario Montañés, 24 de septiembre de 2014
El mundial de vela nos ha dejado casi al mismo tiempo que el verano. No
tengo idea de cómo se ha desarrollado en lo concerniente a los aspectos
deportivos y económicos. Desconozco si los campos de regatas eran adecuados o
si los vientos fueron propicios. Ignoro si las condiciones logísticas que
ofrecía Santander eran las idóneas para los deportistas. Tampoco tengo
información fiable sobre si se recuperará o no la inversión realizada. Pero el
éxito social ha sido indiscutible, no tanto por el aprecio de las gentes al
desarrollo de una competición de la que la mayor parte desconocemos casi todo,
cuanto porque hemos podido pasear una nueva ciudad que permanecía oculta tras
los muros de la antigua industria naval.
Aprovechando el buen tiempo de septiembre los ciudadanos hemos peregrinado
por la duna de Zaera, hemos visitado la zona marítima, hemos alternado en sus
carpas y le hemos dado a las noches una apariencia que sólo he conocido en los
veranos más bulliciosos de las ciudades turísticas. Y ahora que todo se va,
porque nada dura para siempre, nos quedamos con cierta tristeza otoñal.
Es posible que también se despida Íñigo de la Serna en busca de nuevos
derroteros. Ha estado muy desasistido en su apuesta por el mundial. Tan sólo le
respetó, y de qué manera, la climatología. El CSD, la Federación Española de
Vela, el Gobierno Regional, entre otros estamentos, le fallaron con estrépito
escudándose en la crisis, aunque en algún momento –puro oportunismo– todos sus
responsables salieron en la foto con la sonrisa satisfecha. Hasta Rajoy, que
iba de paso hacia vaya usted a saber dónde, estuvo unas horas en Santander el
penúltimo día de la competición.
Si se confirma la marcha de Íñigo, Diego al fin respirará tranquilo, aunque
pierda una pieza que fue fundamental para conseguir la mayoría absoluta que le
ha permitido gobernar en esta legislatura.
Ya se sabe que algunos prefieren perder un ojo con tal de que el adversario
se quede ciego.
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