lunes, 22 de septiembre de 2014

PHOTOSHOP (17 de septiembre de 2014)


El Diario Montañés, 17 de septiembre de 2014


Carmen Martínez Bordiú –la «nietísima» del caudillo, cántabra consorte mientras duró su tercer matrimonio– e Isabel Presley –modelo filipina de méritos remotos– han mostrado esta semana en la prensa del corazón una imagen más próxima a la de jóvenes veinteañeras que a la de la tercera edad por la que transitan desde hace tiempo. Rostros, hombros, pechos y axilas, retocados hasta el exceso, transmiten una presencia lozana de juvenil perfección, muy alejada de su verdadero aspecto. Pero, aunque tal imagen no sea cierta, presumen de ella como si tal cosa, no en vano estamos en una época en la que –lo aprendí del sabio Antonio Alcoba en mis tiempos de estudiante de Magisterio– importa más la máscara –las apariencias– y el tambor –la repercusión– que la realidad. Tiempos ligeros donde imperan el Photoshop y los mensajes vacíos. Tiempos en los que no tienen cabida arrugas ni imperfecciones. Tiempos virtuales.
En los panegíricos –esos discursos que hacemos cuando alabamos a alguien– también utilizamos sin restricciones, aunque literariamente, el Photoshop. Cuando los dedicamos a un muerto, la sombra definitiva de su ausencia diluye otras sombras que pudo proyectar sobre la vida de los demás. Son coto vedado. Hay que suavizar las aristas hasta que desaparezcan y sólo deben quedar para la memoria las luces de una conducta intachable. Nadie es un villano cuando deja este mundo, aunque cuando vivía en él la idea de su honradez no tuviera consenso unánime. Ahora que han coincidido en la muerte dos personajes relevantes en ámbitos económicos y empresariales, las alabanzas se suceden sin desmayo. Oímos hablar de personas «emprendedoras, bondadosas, tenaces, sacrificadas…». En estos casos también funciona una suerte de Photoshop que ofrece la versión más edulcorada de sus vidas.
A mí, aun sabiéndolo, me gustaría, en un futuro que deseo lejano, presenciar mi propio funeral. Si en el sermón hacen alabanzas a mi persona, podría morir orgulloso, henchido de satisfacción. Tendría la certeza, sí, de que exageraban, pero a nadie le amarga un dulce.

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