El Diario Montañés, 30 de octubre de 2014
Es común que las
buenas noticias escondan matices. La buena noticia de la semana pasada fue que
el archivo de José María Lafuente se iba a quedar en Santander, trayendo con él
al Museo Reina Sofía. Los matices, que desconocemos cuánto nos costará –tendremos
diez años para averiguarlo, porque el industrial lo cede durante ese plazo,
pero ya ha dicho que no es «persona con unos medios que se pueda permitir
donarlo»– y que para quedarse ha desplazado de su prevista ubicación en el
edificio del Banco de España al Centro Internacional de Arte Rupestre de la
UNESCO y al Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC).
Ricardo Ontañón, como todos los cántabros, se enteró por la prensa
de tal desplazamiento, pero en su caso con un agravante: es el responsable del
Museo de Prehistoria y estaba preparando el proyecto museográfico del MUPAC. Ontañón, dolido por la falta de sensibilidad de Diego, presentó la
dimisión, aunque el presidente no se la aceptó, supongo que prometiéndole que «su
museo» tendrá un destino digno.
Si tal destino
estaba decidido, y no es fruto de la improvisación, desconozco qué razones tuvo
Diego para no anunciarlo ese mismo día, porque con su postura ha logrado
encabritar, una vez más, a algunos sectores culturales. El martes de la semana
pasada, con absurdo secretismo, el presidente dijo que el jueves, tras el
Consejo de Gobierno, comunicaría algo que iba a satisfacer «las expectativas de todos los
ciudadanos y las personas relacionadas con la arqueología y la prehistoria»,
algo que supondría un «valor añadido» a la noticia. Algo que sería de «enorme trascendencia
para la capital y la región e incluso para España».
Para escenificar
una falsa sintonía, Diego y De la Serna lo anunciarían conjuntamente, pero sus
agendas no coincidieron ese día. Y en la espera de tal conjunción astral llevamos
una semana, impacientes por conocer la nueva ubicación del MUPAC.
Ojalá que esta
vez sea definitiva y no nos la den con queso.
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