El Diario Montañés, 12 de noviembre de 2014
Yo, como Ignacio
Diego, también disculpo al presidente de Extremadura. En la eucaristía del amor
sólo utilizaba su poder político para pagar los viajes que le dejaban en brazos
de su amante, porque en cuanto veía a la sacerdotisa colombiana se ponía a sus
pies y se revestía de humilde monago. Se arrodillaba ante ella. Contaba por
ella cada hora –siempre una menos en Canarias– que le faltaba para el nuevo
encuentro. Treinta y dos veces en año y medio viajó a las Islas Afortunadas,
siguiendo ese consejo popular que dice que «uno al día es demasía; uno al mes,
poco es; y con uno al año se oxida el caño». Yo le imagino en viaje aéreo sin
escalas, eufórico por superar el dolor de vivir lejos de la amada, presintiendo
ya el encuentro dichoso, de ansias en amores inflamado, «en secreto, sin otra
luz y guía sino la que en su corazón ardía». Porque el camino no es largo
cuando amas a quien vas a visitar. Que luego el viaje resulte gratis, es
secundario. Por eso a mí, como a Ignacio Diego, no me parecen exagerados esos
treinta y dos viajes de avión, en primera clase, «porque a las Islas Canarias
no se puede ir ni en bicicleta ni en coche», y haberle pagado los
desplazamientos amorosos, en el fondo, no nos supone gran cosa. Además, para
demostrarnos que el aserto popular de que «el asunto de la jodienda no tiene
enmienda» es falso, Monago quiere enmendar lo suyo pagando ahora los gastos.
Mucho peor me
parece gastar el dinero de nuestros impuestos en querellas de odio y recursos
de prepotencia. Que en eso nuestro presidente, a fuerza de juicios, de acosos,
de persecuciones y de sentencias en su contra, lleva derrochados unos cuantos
millones de euros. Y lo que te rondaré hasta mayo. Y yo, entre las dos formas
de joder, qué queréis que os diga, prefiero la de Monago, mucho más poética y
menos gravosa para nuestros bolsillos.
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