El Diario Montañés, 20 de febrero de 2015
Quedan menos
de cien días para volver a las urnas. Días de incertidumbre para unos, de miedo
para otros, de esperanza para muchos. Días de obras y de inauguraciones, que se
nos ofrecerán cual pastillas para esa acidez de estómago que nos ha producido
la precariedad de los cuatro años anteriores, llenos de digestiones que se nos cortaban
con los recortes. Y junto con las pastillas acarameladas llegarán discursos grandilocuentes
en los que los oradores nos prometerán el oro y el moro.
Diego, que dijo
que lo arreglaría todo en cien días, todo lo ha quemado, según mi entender, haciendo
política de tierra quemada. El oro que nos prometió no tenía ningún valor; fue
como el que cagó el moro. Y sus formas tampoco han sido las más correctas. Durante
su mandato ha despreciado sin pudor a quienes manifestaban en la calle el
descontento
–encarándose con ellos o arrancando carteles–; a la oposición –¿verdad,
«señora... eso»?–; y a todo el que se le ponía por delante. Ha querido ser
justiciero implacable de «su justicia», que casi nunca coincidía con los
criterios de la Justicia con mayúsculas. Y, lo que es peor, en estos cuatro
años tampoco ha sabido ejercer como presidente de todos los cántabros.
Si el tirón electoral
de De la Serna no funciona en Santander como antaño
–y, entre otras cosas, la
construcción de una carretera que ha traído consecuencias indeseadas por todos
puede pasarle factura–, Diego no podrá repetir la mayoría absoluta. Y sin ella,
sabe que está solo. Ahora, a menos de cien días, quizá ya sea tarde para darle
vuelta a las encuestas, por más que nos ofrezca la «seguridad y tranquilidad»
de su gobierno, y nos amenace con el caos de otro gobierno «tripartito de
izquierda muy radicalizada».
Escuchándole
decir en TVE que no tenía con quien pactar, vino a mi cabeza esa canción de ‘Los
Brincos’ que dice: «Nadie te quiere ya, qué vas a hacer, a dónde irás».
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