El Diario Montañés, 24 de junio de 2015
En
la segunda parte del Quijote, en el inicio del capítulo LVII, Sancho reflexiona
sobre su etapa de gobernador en la ínsula Barataria y deja una sabia y prudente
sentencia que debería guiar a los actores de estos tiempos políticos de gobiernos
de consenso: « …yo entré desnudo en el gobierno y salgo desnudo dél, y así
podré decir con segura conciencia, que no es poco: “Desnudo nací, desnudo me
hallo: ni pierdo ni gano”».
Me
declaro ferviente seguidor de la obra inmortal de Cervantes y de los valores
éticos que transmite –a los valores literarios le estoy rendido sin
condiciones–, y acaso por ello me he sorprendido mucho al enterarme de que
algunos consejeros salientes del gobierno regional están echando cuentas para
ver cuánto se les debe tras su paso por el ejercicio político. Su razonamiento
es sencillo: en sus anteriores puestos de trabajo ganaban un sueldo superior y,
como no quieren que el tiempo que han dedicado a la política les suponga merma
económica, reclaman ahora la diferencia entre lo que pudo ser y no fue. No
sabemos si han colmado su ego con la práctica del poder –el mismo Sancho
imagina que «es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado»–, pero con su
reivindicación dejan claro que no tienen ninguna intención de que su bolsillo sufra
mengua alguna.
Yo,
que suponía ingenuamente que la dedicación política era un acto de servicio a
la sociedad, un apostolado, no esperaba tales ajustes matemáticos, y menos
cuando alguno de los presuntos implicados tiene relación muy estrecha con la
obra que puso en marcha en la tierra don José María Escrivá de Balaguer para
ganar el cielo. El sacerdote aragonés, beatificado por Juan Pablo II, gustaba
decir que «La santidad está compuesta de heroísmos. Por tanto, en el trabajo se
nos pide el heroísmo de “acabar” bien las tareas que nos corresponden, día tras
día». Y a fe que algunos, pasando ahora factura, quieren santificar su trabajo
a lo grande.
Termino
parafraseando a Cervantes: «Voto a Dios que me espanta esta vileza».
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