martes, 9 de junio de 2015

TOCA HABLAR (10 de junio de 2015)


El Diario Montañés, 10 de junio de 2015

En las elecciones democráticas los puestos de gobierno no se ganan tras el recuento de los votos, a no ser que uno de los partidos consiga la mayoría absoluta. Se alcanzan pasado un tiempo de encuentros y conversaciones que permiten a los probables futuros socios conocerse mejor. Cada uno aporta sus ideas e intenta que el otro las comparta. Es tiempo de hablar para desbrozar caminos de acuerdo.
Mis padres, antes de casarse, hablaron mucho. Entonces las parejas medían sus noviazgos por las palabras: «Tú padre y yo “hablamos” ocho años, y después nos casamos», me dice mi madre cuando echa la vista atrás. Supongo que durante tanto tiempo pudo haber algo más que palabras, pero hablar fue la clave de una convivencia que duró sin fisuras hasta la muerte de mi padre. Hablaron de muchas cosas, aunque en ningún momento las conversaciones se enturbiaron con repartos de dotes ni con divisiones de bienes, fueran o no gananciales. Nada podían repartir porque nada tenían, salvo un futuro incierto por delante y la ilusión de formar una familia trabajando mucho y sacrificándolo todo por los hijos. Esos fueron sus únicos intereses.
Pedirle a los políticos que en sus encuentros de ahora tengan palabras de amor sería de ilusos. Pero sí debemos exigirles que su único interés sea el bien de los ciudadanos. Acaso también sea de ilusos pedir que mientras hablan se olviden del reparto de cargos y prebendas, o que salven todo lo bueno que hicieron sus predecesores, que algo habrá, sin duda. Porque la convivencia que ahora están a punto de iniciar debe resistir, sin resquebrajarse y sin defraudarnos, los próximos cuatro años, y para ello es fundamental que esté sustentada sobre ideas –ideales– comunes. Además deberían tener en cuenta que se van a subir en marcha a un tren al que pueden corregir la trayectoria, pero al que nunca deberán meter la marcha atrás. Gobernar mirando por el retrovisor del rencor ha desbancado con estrépito al anterior gobierno regional.
Este fin de semana vi en Madrid como el Barça ganaba su quinta Copa de Europa. En un ejemplo de convivencia, yo, culé, fui el invitado de un madridista empedernido que me ofreció casa, cena y una espectacular televisión de sesenta pulgadas. Nuestras diferencias futbolísticas son irreparables, pero nuestra amistad, apoyada en una conversación cercana 
–en torno a unos langostinos y un buen jamón ibérico–, superó la gran distancia de nuestras pasiones.
Cuando terminó el partido, un ‘gin tonic’ selló, una vez más de por vida, nuestro pacto societario.

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