El Diario Montañés, 30 de septiembre de 2015
Un año más ha
comenzado el curso escolar. Y en el ciclo recurrente de la vida se ha vuelto a
desatar la guerra anual contra el libro de texto, esta vez con proyección
parlamentaria, porque se le acusa de ser el principal enemigo de la economía
doméstica. En estos días otoñales muchos gestan el odio por los libros, de
tanto detestar a los de texto, a los que culpan de todos sus males. Un odio que
ya los acompañará siempre.
Demostrando que
veinte años no es nada y que no necesitaba puertas giratorias, Marcano ha
vuelto a las aulas, con las nieves del tiempo plateando su sien. Ha saludado a
sus alumnos al modo de Fray Luis, con un «como decíamos ayer». Él no necesita
libros de texto porque en su cabeza lleva todo el currículo latino. Y unas
cuantas cosas más que guarda para cuando regrese a la política, como sin duda
hará si su imagen queda «inmaculada e impoluta».
También ha
regresado a Laredo, un año más, Carlos V, cansado de tanto luchar por extender
su imperio, primero, y por mantenerlo unido, después. Llegaba enfermo de gota,
camino del retiro de Yuste donde le aguarda la picadura de un mosquito para
transmitirle la malaria mortal –ironías de la vida, morir por culpa de un
insecto quien fuera el primer soldado en las batallas–. Pero eso él no lo sabe
todavía. Le ha recibido nuestro presidente, que se ha disculpado por no tener
activo el puerto y por haberle obligado a desembarcar en la playa. Nadie se
atrevió a recomendarle que se acercara al hospital de Valdecilla, también
inactivo –no se sabe si público, semipúblico o privado–, para que le echaran un
vistazo a sus males y acaso los paliaran.
El domingo se
despidió de la villa pejina. Tampoco le quisieron comunicar que ese día España
corría el peligro de resquebrajarse por la parte marítima del antiguo Reino de
Aragón. (Hay quien cree que por la falsa visión de la historia que ofrecen los
libros de texto en algunos lugares del reino).
¡Ay, los libros!
Siempre los libros.
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