martes, 31 de mayo de 2016

EDUCACIÓN Y OCIO (2 de junio de 2016)

El Diario Montañés, 2 de junio de 2016

Los docentes –lo sabemos bien– son las personas que educan. Y educar es, ante todo, conducir, en el sentido de guiar intelectual y moralmente por el mejor camino, que suele ser el camino recto. En esa tarea –además de saberlo deberíamos practicarlo– tiene que intervenir de modo irrenunciable la familia, porque en su núcleo está el eje de cualquier acción educativa.
Desgraciadamente, nuestro modelo social parece que no va por ahí. Nos las hemos ingeniado para responsabilizar a otros de la educación de nuestros hijos y, si es posible, también de su cuidado integral. Por eso su tiempo de ocio, ése en el que dependen de nosotros, nos suele suponer cierta contrariedad, por la imposible conciliación familiar y laboral, y por otros intereses menos confesables. Cuando los hijos están bajo nuestra tutela, los problemas suelen multiplicarse: en Castro Urdiales el ayuntamiento ha decidido meterle mano al asunto y legislar el uso que pueden hacer los menores, durante los fines de semana y en los períodos vacacionales, de las lonjas que alquilan «para sus cosas», al tiempo que van a intensificar la vigilancia policial para tratar de evitar la quema de contenedores, la rotura de árboles y otros vandalismos hijos del ocio. Y no es el único lugar de Cantabria donde suceden casos similares.
Khalil Gibran dijo en un poema que nuestros hijos no son nuestros hijos, sino hijos del anhelo de la vida, ansiosa por perpetuarse. Algunos parecen haberse quedado en la literalidad de los versos y han puesto el grito en el cielo al conocer que un borrador del calendario escolar propone siete días de descanso por cada dos meses de clase. «No somos una guardería», han respondido los docentes, pero parece que es en esa labor donde más se los valora.
Algo no funciona bien en una sociedad cuando el tiempo libre de los hijos se convierte en un problema para los padres, y la obligada convivencia vacacional de las parejas dispara los divorcios. Es como si solamente estuviésemos programados para desenvolvernos en nuestra mezquina rutina laboral.  

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