miércoles, 3 de mayo de 2017

ENTRE PLATOS (3 de mayo de 2017)


El Diario Montañés, 3 de mayo de 2017

De un tiempo a esta parte las cuestiones gastronómicas han adquirido gran importancia. A la vez que proliferan los bancos de alimentos, se ensalza el trabajo de los cocineros en los fogones sin fuego –contradicción etimológica– y se fascina a las gentes con su arte sin par. Programas de televisión, suplementos de prensa y apartados de revistas ocupan tiempo y espacio con toda clase de concursos y recetas. La cocina ha pasado a ser casi una metáfora de la vida. No se trata solamente de hacer las cosas bien, sino de competir haciéndolas. La actividad se presenta como una lucha sin cuartel en la que las dificultades se acumulan, y el cocinero se convierte en un héroe moderno que debe estar atento a cada hervor, a cada detalle, para no fracasar en medio de un cúmulo de dificultades extremas, donde el reloj y los comensales actúan en su contra cual espadas de Damocles. Su oficio no se puede equiparar con ningún otro –aunque en la comparativa entren médicos salvando vidas o maestros educando a jóvenes–, porque tal y como nos lo cuentan ninguna ocupación humana entraña las extremas dificultades que tienen que superar estos profesionales entre platos. Escoger el producto, cocinarlo y presentarlo debidamente parece un arte sumamente difícil y conlleva tomar decisiones de una enjundia mucho mayor que cualquiera de las que pueden tomar otros profesionales. Por eso proliferan en la televisión los concursos de cocina –incluso para niños–, que parecen querer trasladarnos que el éxito en la vida, además de como futbolista o cantante, se puede alcanzar también siendo un buen cocinero. Cuestión de modelos.
En Santoña, en una actividad cercana a lo culinario, el presidente Revilla, que muestra un cariño desmedido cuando promociona nuestras cosas, ha colocado a las anchoas a la altura de las cuevas de Altamira o de Menéndez Pelayo. Y a mí, qué quieren que les diga, me ha parecido bastante exagerado, porque ni Altamira ni don Marcelino, que alimentan más bien el espíritu, tienen una incidencia negativa en los niveles de colesterol. Al César, lo que es del César.

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