El Diario Montañés, 27 de septiembre de 2017
Los
cántabros vivimos inmersos en una rueda de promesas que suelen acabar en
frustraciones, de ahí nuestra melancolía. Hasta donde me alcanza la memoria,
todo pudo empezar con el fracaso del ferrocarril Santander-Mediterráneo, cuya
utilidad, desafiando nuestra capacidad de engaño, intentamos salvar una y otra
vez con algún proyecto para la estación de Yera y el túnel de La Engaña.
Llevamos doce años esperando la autovía que nos unirá con Madrid por Aguilar de
Campoo, un trazado de larga distancia al que nos tuvimos que resignar tras
haber proyectado túneles imaginarios por el Escudo, porque soñar no costaba
nada. De la autopista a Logroño, que nos comunicaría con el Mediterráneo, no
hemos vuelto a tener noticias. Al AVE le cortaron las alas a cambio de un tren
de altas prestaciones que nos pondrá en Madrid en tres horas, el tiempo preciso
para ver íntegras las películas de larga duración que proyectan durante el
trayecto. En la capital, el anillo cultural tiene retrasos difíciles de
entender, y el MUPAC se ha salido de su órbita para ser levantado junto al
Palacio de Festivales (según un cronograma que ha presentado el consejero
saliente –y que espero que no cambie el entrante– las hipotéticas obras del
edificio comenzarían en marzo de 2019 y tendrían un plazo de ejecución de dos a
tres años, es decir, que si nada falla, habrá nueva sede en 2022). También el
antiguo túnel de Tetuán, que ya estaba construido en 1892, tendrá una larga
etapa de acondicionamiento y no se abrirá hasta principios de 2019, aunque, al fin
y al cabo, su apertura es una apuesta, más que necesaria, de imagen.
Como
perseveramos en la esperanza, para relanzar algunos de estos proyectos hemos
puesto nuestras expectativas en el ministro de Fomento, cántabro a la sazón.
Aunque para ver otros definitivamente concluidos nuestro lado más pragmático
nos hace confiar en un prodigioso zapatero americano, que nada tiene que ver
con aquel otro de apellido Rodríguez, y en que las nuevas generaciones puedan
alcanzar cien años de vida: el tiempo mínimo necesario para ver concluida
alguna obra en Cantabria.