martes, 6 de marzo de 2018

PENSIONES (7 de marzo de 2018)


El Diario Montañés, 7 de marzo de 2018

La jubilación puede que no sea tan jubilosa en los tiempos que se avecinan. A quienes estamos llegando al último tramo de nuestras vidas laborales nos dicen que peligra el único plan que teníamos e incluso nos culpan indirectamente de nuestra falta de previsión. Y a los jóvenes, directamente les auguran un futuro sin el colchón –si no viscoelástico, siquiera de espuma– de las pensiones.
Los grandes pensadores del sistema –algunos de ellos gozando ya de retiros millonarios–, proponen que alarguemos nuestra vida laboral y que sigamos al pie del cañón mientras el cuerpo aguante, porque el problema es que desde que nos jubilamos tenemos tanta esperanza de vida por delante que no la cubrimos con las cotizaciones que dejamos atrás. Y eso, dicen, no puede ser, porque así agotamos cualquier perspectiva de futuro sostenible. A los que empiezan en el mercado laboral les recomiendan que no sean manirrotos y se hagan un plan privado de pensiones, aunque la mayor parte de ellos, con trabajo precario y sueldos pobres, el único plan que tienen es llegar a fin de mes, en el mejor de los casos sin deberle nada a nadie y casi siempre ayudados por algún familiar pensionista. (Cómo estará nuestra economía si quienes han paliado los efectos más perversos de la crisis, manteniendo con su ayuda económica a hijos y nietos, han sido nuestros jubilados, y resulta que el 54% de ellos no alcanzan en Cantabria los 1.000 euros mensuales, y casi el 18% no llega a los 684 que marcan la línea de la pobreza).
La insoportable dejadez de nuestros gobernantes ha aplazado el problema de las pensiones hasta que se han visto con la soga al cuello de las manifestaciones de los jubilados. La solución no es fácil, pero oídas las declaraciones del gobernador del banco de España no es descabellado pensar que se nos pida solidaridad para morirnos en el momento que más le convenga al sistema, y de forma sana, sin excesivos gastos sanitarios para que no quiebre la Seguridad Social. Y, dicho sea con ironía, una ley de eutanasia activa también ayudaría mucho.

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