martes, 17 de abril de 2018

SANTANDER SATISFECHA (18 de abril de 2018)


El Diario Montañés, 18 de abril de 2018

Cuando regreso a Santander después de un viaje me invaden sentimientos contrapuestos. Por un lado, me gusta reencontrarme con un paisaje que forma parte de mi esencia, por otro, me atenaza la tristeza. «Vienes de Barcelona, donde creemos que está gestándose el fin del mundo por cuestiones de banderas –me dice un amigo–, y resulta que donde el mundo está llegando a su fin es aquí, pero no somos capaces de verlo porque también nos ciegan las banderas que cuelgan en nuestros balcones». El ambiente cosmopolita de las grandes ciudades, profuso en gentes que vitalizan sus arterias en un perpetuo fluir, se empobrece en la nuestra por una suerte de ensimismamiento melancólico que nos hace pasear una y otra vez por el entorno del paseo de Pereda, Castelar y la bahía –«como esto no hay nada»–. Y nos conformamos con la rutina contemplativa de la urbe, beatíficamente aburrida, sin otra actividad apenas que la de ese deambular cotidiano, tras haber leído la prensa en alguna cafetería. «Esto es paz. En verano se pone imposible con tanto turista. Ahora da gusto», decimos vanidosos, porque sólo nos acompaña la soledad primaveral. De vez en cuando alguna noticia sacude nuestra modorra: la piel del Centro Botín que se gangrena, el espigón que crece en la playa, el MetroTus y su carril que entorpecen más que ayudan, la victoria o la derrota del equipo de fútbol local en segunda B, el diseño bendecido de unos autobuses… «Cuando la presión de la ciudad me abruma, cojo el coche y me voy a Bilbao –insiste mi amigo–. Allí me cargo de oxígeno para soportar otra temporada la apnea santanderina». (Bilbao, tan cerca y a la vez tan lejos de nosotros, ha sabido darle una vuelta de tuerca a la ciudad y ha diseñado una metrópoli activa en lo laboral, a la vez que cultural, turística y moderna). Sé que es fácil criticar sin proponer nada. Pero urge resolver el problema de Santander que, de tan satisfecha, se nos está muriendo poco a poco. Algunos lo llaman gentrificación; otros, más precisos con el lenguaje, aburguesamiento. 

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