El Diario Montañés, 13 de agosto de 2025
Confieso
que este artículo es distinto al que tenía escrito. Mi mujer, que siempre me
asesora, me dijo que, siendo el verano un tiempo de despreocupación, debía
rebajar el tono crítico. Quizás tuviera razón. Así que eliminé el anterior, que
ofrecía un modelo para pronunciar un discurso institucional en el Día de
Cantabria que llevase dentro de sí, sin que apena se notara, un mitin de
partido. Alertaba, eso sí, del peligro que supondría denunciar la falta de
equidad en el trato del reparto de los dineros estatales, justamente cuando acabábamos
de conocer que Cantabria es la comunidad autónoma que más euros recibe por
habitante. Pero, repito, lo deseché siguiendo su consejo.
«¿Y sobre
qué puedo escribir?», pregunté. «Cuenta algo sobre el Parque de la Naturaleza
de Cabárceno, ahora que se cumple el trigésimo quinto aniversario de su
apertura; tú conoces su historia desde que era una mina de hierro al aire libre».
En efecto, mi padre trabajó allí de capataz minero, y mi tío Guillermo solía
llevarme en su camión, cuando yo apenas tenía diez años, para recoger el
mineral en Cabárceno y descargarlo en las tolvas de Solía. Además, por
transmisión directa de Alberto Javier Cuartas Galván, villaescusano de pro,
conozco la anécdota del día en que se reunieron en la mina, que amenazaba
cierre, altos cargos de la empresa Orconera con Hormaechea y otros miembros de
la política cántabra, para reconocer el yacimiento y estudiar su viabilidad.
Mientras todos especulaban con lo que podía hacerse para salvar la minería,
Hormaechea les sorprendió con una frase desconcertante: «Ahí, al fondo, irán
los elefantes». En aquel mismo instante, Cabárceno realizó un giro copernicano del
sector primario al terciario. Y, posiblemente, también virase toda Cantabria.
En
absoluto pretendo decir que fuera una mala decisión. Pero sí que inició una
tendencia.